Pobre Julián,
que confió en que el mero arrepentimiento
le salvaría del castigo por pecar.
Murió sin recibir confesión
y fue a parar directamente al infierno.
Quizás si hubiese desconocido el sacramento
se habría salvado.
O si no hubiera pecado de orgullo
estaría disfrutando de la visión del Creador.
O Dios no existe,
lo cual facilita mucho el engrase y puesta a punto
del engranaje del cerebro.
lunes, octubre 17, 2005
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