La Habana se cae pero está de pie.
La Habana está viva,
sonríe a la vuelta de la esquina,
te atrapa y te lleva en brazos por sus calles,
te asusta con sus tormentas terribles
y luego te guiña un ojo con su sol de atardecer.
La Habana está triste pero te contagia su alegría.
La Habana te recibe
con los brazos y las piernas abiertas,
con los ojos y las manos abiertas,
con el corazón y la boca abiertos.
La Habana huele a azúcares,
sabe dulzona y se palpa sedosa,
te inunda de aguaceros de sabiduría
y te amortaja de calores que nunca te abandonan.
La Habana muestra pedazos de Arco Iris
cuando impúdica abre
los interiores de sus palacios semiderruidos.
Y, en fin, La Habana enseña a vivir
dejando las precipitaciones junto a los pesares,
encerrados en un cofre en el fondo de su bahía.
lunes, octubre 17, 2005
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